viernes, 18 de mayo de 2012


Y salió por esa puerta, como si ya no importase nada, como si todo lo que habíamos vivido juntos fuese insignificante. Yo no hice nada mejor que quedarme sentada en mi viejo sillón favorito, petrificada. Aún retumban en mi cabeza sus crueles palabras atacándome sin piedad alguna. "No has querido ver que poco a poco te ibas quedando con cada parte de mi corazón. Te lo he regalado apasionado y palpitante, y tú lo has congelado. Has sido una estúpida" – las palabras brotaban de su boca como las lágrimas que salían disparadas de sus ojos apenados. Y es verdad, había sido una estúpida. No recordé todas las noches en vela observando las estrellas cuando otros dedos recorrían mi espalda. Todos los besos al amanecer y todas las mejillas enrojecidas al oír su voz aguardaron escondidas en un rincón de mi pensamiento cuando otros ojos intentaban descubrir qué reside en mi interior. Pero no pudieron encontrar ninguna señal de lo que yo soy. Porque, si en realidad se piensa, yo no soy nada. Nadie somos nada hasta que un corazón late más fuerte por nosotros. 
En aquel momento, tras unos minutos que para mí parecían interminables y eternos, recordé la esencia de su pelo y el tacto de sus labios, y volví a descubrir que estaba viva. Estaba viva, pero sin alma. Recorrí la casa entera en busca de algún recuerdo del que poder recuperar mi esencia, pero lo único para lo que tuve voluntad fue para apilar todas y cada una de las señales que lograban retrocederme hasta esa vida que había estado viviendo; y las quemé. Quemé los besos, las miradas, las caricias, las fotografías, los lugares, las canciones, su guitarra, su olor, su sonrisa, su esencia y su corazón. Recordé por qué estaba viviendo, y por qué yo ya no era la misma del pasado. Quemé todo lo que era la vieja yo, y construí a base de sentimientos inmortales todo lo que soy ahora. 

– Y, ¿aún sigues recordando todo aquello que convertiste en cenizas?

– Sí. Al fin y al cabo, los recuerdos son lo único que dura para siempre.



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